Dos fotografías: la figura imponente de Berlioz ante la cámara de Nadar, el dandismo de un Ravel ya enfermo retratado por Emidgio Mariani en los jardines del Alcázar, con la Giralda al fondo. Dos obras las de este concierto que son quintaesencia de la música francesa, en sus modos distintos de concebir el trabajo orquestal.
La desmesura romántica de Berlioz, su pasión por la actriz Harriet Smithson, se manifiestan en la Sinfonía Fantástica, obra revolucionaria de 1830 cuyos cinco movimientos ofrecen una música programática, alucinatoria y soñadora, escrita para una orquesta numerosa con presencia de instrumentos poco habituales.
Como contraste, el Bolero de Ravel, escrito en 1928 para la bailarina Ida Rubisntein y una de las obras más famosas del siglo XX. Su ritmo hipnótico y envolvente, su melodía obsesiva in crescendo hasta la coda final presentan unas reminiscencias españolas que tan de moda estuvieron en la música francesa de comienzos del XX. Su exagerada trivialización, como música de películas o como fondo publicitario, exige como antídoto una versión en directo en la que podamos descubrir el rigor compositivo y la maestría orquestal de Ravel.
